La humedad del cuarto de baño lo envolvía creando un escenario privado perfecto para la revelación. Un vistazo rápido en el espejo reveló una figura que daba la impresión de disfrutar de su privacidad. El agua tibia corría por su piel y un gesto discreto reveló la imponencia de su anhelo. Con cada gota que resbalaba su impulso crecía, anhelando un desahogo íntimo. Las sombras del inodoro acentuaban el instante de intimidad callada. Una sonrisa cómplice se esbozó en sus labios mientras se disponía para el goce. El deseo quemaba en sus ojos, prometiendo una experiencia profunda. Cada roce era un paso hacia el clímax, liberando una tensión reprimida. La mano experta halló su compás, dirigiendo el recorrido hacia el deleite. La espera era grata, un fuego que se intensificaba con cada pulsación. Cada vez más próximo del borde, la fogosidad se desbordaba. La mirada clavada en el goce que se aproxima, sin ningún titubeo. El espejo reflejaba un deseo insaciable. Un varón grande descubriendo su anatomía con pasión. El instante álgido se aproximaba, un estallido de placer.